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José Manuel Briceño Guerrero

lunes, 10 de noviembre de 2014

Dóulos Oukóon






La segunda vez que nos vimos con el profe fue en su casa, en el antejardín al ver unos perros de raza entré con un poco de temor, eran lobos siberianos, muy juguetones, pensé que me morderían, entramos a la sala, el Profesor estaba en el comedor leía en su computadora personal algo, nos invita a pasar y se sienta en una esquina, en una silla que se diferencia de las demás por su tamaño y forma, van llegando estudiantes jóvenes y pasan a la cocina muy familiarmente por un tinto, lo escuchamos casi dos horas y parecía que apenas comenzaba, hablo de muchas cosas: de filosofía, del amor, de cosas de su infancia, de los idiomas que aprendió a hablar, en un momento me preguntó que hacía, y yo le respondí algunas cosas, como tejer en dos agujas, y el recordó que en su juventud conoció telares grandes que habian en las casas; al igual  que el primer día me alegraba ver jóvenes, me impactó ver al profre que inspiraba confianza, tranquilidad, sabiduría, sencillez, juventud, su tono de voz lento se hacia entender y aunque hablaba de temas que a veces no comprendía o era la primera vez que los escuchaba algo entendía porque hacía comparaciones y relaciones  con la vida diaria y me ayudaban a saber de que hablaban, su mirada hipnotizaba, su cuerpo atraía si temor.


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